Palabras de Menoscal Reynoso, autor de la novela La barca del silencio, en la presentación celebrada en la ciudad de La Romana, el 24 de noviembre de 2006.
Distinguidos amigos y amigas;
Señoras y señores.
Buenas noches.
Cuando me invitaron a presentar la novela en octubre pasado en la primera Feria del Libro Dominicano en Nueva York, me abrigó una incertidumbre espantosa, es más, no les niego que sentí una especie de contorsión un poco más arriba del ombligo, fue como cuando de repente el vehículo en que viajamos cae en un vacío y se asume los efectos en el estómago.
Pero luego de unos días estresantes en esa gran ciudad, y de haber llevado unos 115 ejemplares en las maletas, me sentí enormemente alegre cuando el día anterior al acto, es decir, el 7 de octubre, llamé a una hermana que viajaría al siguiente día a fin de que me llevara un paquete de otros 30 libros, ya que prácticamente se habían agotado los que llevé conmigo. Al concluir el evento hice diligencias para otro envío pero no encontré a nadie. Esa tarde me sentí enormemente feliz.
Pero no le voy a cansar con este tipo de historia, hablemos un poco de la obra.
En la página 97 de La barca del silencio, que tenemos el honor de presentarles, se encuentra uno de los diálogos más interesantes entre Carmilia y Tomás Javier, dos de los personajes principales de esta historia. Cito (Acudir al libro):
Guiado por esos mismos criterios, en el transcurso de una tertulia con un grupo de amigos de Santo Domingo, en donde se abordaba el tema de la felicidad, expresé que la felicidad, junto a la libertad y la vida, forman una especie de trípode en los seres humanos de parecida dimensión. Se encuentran unidas a un mismo hilo: la incertidumbre. Las tres se esfuman con un simple soplo, como la llama de una vela. En ese encuentro consideré que la felicidad es como eslabones, como aros que concatenan una cadena, y que mientras más aros se logran, más tiempo dura ese estado de felicidad. Les aseguro que, al igual que en Nueva York, hoy he alcanzado una significativa argolla. Esta noche me siento feliz al compartir con ustedes este momento inolvidable.
También me siento feliz, al recibir la noticia de que La barca del silencio hasta ahora ha navegado de forma satisfactoria, que ya rebasó la etapa de la zozobra, que en consecuencia está logrando muy buena aceptación, y que como muestra está el reciente éxito logrado en Nueva York, que en el próximo mes de enero se presentará la segunda edición en Madrid, España, a cargo de varias instituciones de esa nación europea, y en febrero se llevará a la comunidad hispana de Boston, Masachusetts.
Mi primera obra pudo haber sido “Entre rebeldía y ternura”, un libro de poemas que debió aparecer hace unos doce años, corregido y diseñado por el amigo escritor romanense Avelino Stanley. Circunstancias distintas impidieron la aparición de esta obra. También antes que La barca del silencio debió ver la luz “Paradigmas irrompibles”, una selección de más de cien artículos publicados en los principales diarios y revistas dominicanos en los años 80 y 90 sobre el acontecer dominicano, que tiene ya cuatro años corregido.
Algunos de los que han leído La barca del silencio la han descrito como una obra testimonial, es más, el propio escritor Rafael Peralta Romero en su comentario de contraportada dice que “Menoscal Reynoso se ha propuesto ocultar arquetipos y disimular identidades, pero que los hechos suelen ser tozudos”.
Esa es una verdad a media, porque el autor, que en este caso es quien tiene el placer de dirigirles la palabra, es sólo una pieza de esta historia, ya que en ella se recogen acontecimientos vividos por un puñado de adolescentes y jóvenes que, como bien plantea el gran amigo Manuel Salazar en su comentario, asumimos el compromiso de la resistencia que esas circunstancias impusieron.
En esa dirección quiero destacar, que aunque la novela se desarrolla en un escenario político muy convulso, matizado por la rebeldía e impotencia de toda una generación ante el estado de represión de un régimen dictatorial, ésta es una historia de amor, de un amor sublime, de unas relaciones de parejas transparentes y tiernas, en las que no importó la crisis emocional que llevó al desquiciamiento mental de Tomás Javier, agobiado, como dice el escritor Eric Simó, por trágicos recuerdos. Por ese amor platónico es que Carmilia se desprende de su familia para reencontrarse fuera de su tierra natal con su amado.
Aunque no tengo la intención de comentar la novela, porque eso ya lo hizo magistralmente el amigo Isaél Pérez, quiero puntualizar dos cosas:
En primer lugar, como ya expresamos, este libro es un fajo de acontecimientos cubierto por la ficción, en el que se recogen momentos que vivieron amigos y amigas que recorrieron varias décadas en procura de variar el rumbo político, no sólo en República Dominicana, sino en otros tantos países del continente, cuyos pueblos fueron condenados a la extrema pobreza, la represión y la persecución política. Y si hoy en la mayoría de nuestras naciones se goza de cierto clima de libertad, se debe precisamente a la bravura y sacrificio de ésa y otras generaciones que les antecedieron.
Por eso quiero señalar, sin la menor intención de lacerar sensibilidades, que esta historia es nuestra historia, escrita a nuestra manera, relatada sin obviar los tratados y recomendaciones de los maestros del género, ya que, según el profesor y amigo escritor de Miches, Rafael Peralta Romero, “La barca del silencio es una novela, conforme a los modelos de creación de los maestros del género que nos han precedido y, de igual modo, ajustada a los conceptos y preceptos de los intelectuales que han aportado teorías para definir este género mayor de la literatura”.
Por esa y otras razones el libro lo inicio con esta frase del fenecido escritor español Antonio Buero Vallejo: “Escribo para plantear problemas, para buscar verdades, para abrir ojos, para ayudar, para criticar; para otras tantas cosas”.
Precisamente, en respuesta a una pregunta de algunos periodistas en una de sus últimas entrevistas, en un mensaje dirigido a los jóvenes que empiezan a escribir, el fenecido escritor Buero Vallejo les sugirió lo siguiente: “Lean mucho de todo. Porque sólo leyendo mucho un joven puede reconocer sus propias tentativas, las posibles, las aceptables”.
En segundo lugar, y es quizás lo menos apreciable de la historia, se encuentra el significado de la amistad, ésa que se viene perdiendo en el trajín cotidiano y que cada vez se torna más difícil para mantenerla, porque el afán de vida, la lucha por la supervivencia, los intereses, ya sean políticos, económicos o de otra índole, lastiman sensiblemente las relaciones personales hasta de hermanos, de padres con hijos, e imagínense ustedes de dos que no estén unidos por el lazo sanguíneo. Aún así, considero que debemos sobreponer la amistad a las vorágines de esos despiadados intereses.
Teniendo en cuenta el valor de la amistad y los gestos de solidaridad de algunas personas para que esta actividad logre los efectos esperados, quiero agradecer a varios de ellos: a la Dra. Rosa Julia Mejía, presidenta de la Fundación Casa de la Cultura de La romana, por su afán y entusiasmo; al colega Isaél Pérez, labrador incansable de la cultura; a la joven poeta Carmen Hernández y a la Licda. Alba Iris Montero.
Aunque no se encuentre con nosotros esta noche, quiero manifestar mis profundos agradecimientos al dilecto y siempre amigo Avelino Stanley, hijo distinguido de esta comunidad, ejemplo de perseverancia en el trabajo cultural y trabajador incansable de la cultura.
A todos, gracias del alma por estar conmigo.
viernes, 1 de diciembre de 2006
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